Habéis leído bien, sí. ¿Alguna vez os habéis parado a pensar en la cantidad de chicles que encontramos incrustados en los suelos de las calles? ¿Y sois conscientes del gasto que supone limpiar las calles de este viscoso material?
Anna Bullus y su gran idea
Este asunto, el de la suciedad de los chicles en nuestras ciudades, no paraba de rondar por la cabeza de Anna Bullus, una diseñadora británica que en 2009 dio con una gran idea.
Todo comenzó con preguntas que no paraba de plantearse en su cabeza: ¿Por qué no existen contenedores específicos para chicles? ¿Cómo es que nadie habla del tema cuando el Gobierno gasta millones en retirar y limpiar las calles de esta pegajosa goma?
Esta joven estudiante empezó a indagar y vio que algunas organizaciones y establecimientos ya habían comenzado a poner remedio a semejante cochinada y, por tanto, a ahorrar en este increíble y desconocido gasto de limpieza. Por ejemplo, Disney prohibió la venta de chicles en sus parques temáticos, y algunos aeropuertos como el de Singapur también habían implantado la misma prohibición
Obcecada con el tema, Bullus se dio cuenta de que el chicle podría tener una segunda vida y comenzó a experimentar con las posibilidades de la goma de mascar. “Pasé mucho tiempo ensayando con el material, fue un poco como cocinar”.
Después de cuatro años de trabajo arduo con asesores, identificó un material que se halla en el chicle con el que pensó que se podría fabricar algunos productos.
Para llevar a cabo su proyecto necesitaba un montón de chicle, así que Anna comenzó creando unas papeleras rosas con forma de burbuja hechas con chicle. Las colocó en sitios estratégicos como estaciones de metro, calles muy transitadas, paradas de autobús etc., y cuando estos pequeños contenedores se llenaban se transportaban enteros a unas instalaciones de reciclaje donde se les daba un tratamiento que los convertía en material reutilizable.
Poco a poco la idea de Anna se ha ido haciendo grande. Los contenedores, situados en lugares estratégicos, parece que están ayudando a cambiar el comportamiento de los humanos. Pero Bullus ha ido más lejos aún y se ha atrevido a crear una variada gama de productos hechos con chicle: un peine, un frisbee, una taza de café reutilizable y ¡hasta calzado!
Gumdrop
Gumdrop, el nombre de la compañía creada por esta emprendedora británica, ha creado una línea de katiuskas para niños con chicle reciclado. Además, cuando las botas se gastan, ¡pueden devolverse a la empresa y reciclarse nuevamente en botas nuevas!
Con este proyecto se espera convertir la goma de mascar en nuevos productos, y que así los consumidores tengan más conciencia a la hora de tirar el chicle en las calles. Como dice Bullus “Creo que si somos capaces de hacer que la gente cambie un hábito tan pequeño, estaremos ante una gran oportunidad de resolver otros problemas de reciclaje”.
Foto vía: Fast Company